¿A quién le toca, a la madre (padre) o al hijo?
Por su continuidad biológica, en los mamíferos, mamá concibe, después cría o cuida y por último ha de soltar. El cuidado o la cría sería una tensión entre el deseo de hijo en su afán por su autonomía y el de mamá por cuidarlo para evitar que dé pasos en falso que vayan en contra de su supervivencia. Dicha tensión se convierte en un apretar y soltar gradual de acuerdo a las circunstancias. Esto se da en todos los mamíferos, a quienes su desarrollo social y cognitivo se hace más lento que en los reptiles (estos vienen solos al mundo, sin cuidado maternal).
Llegado el punto de equilibrio donde mamá considera que ya su vástago puede defenderse sólo, empieza biológicamente a sacarlo de su círculo de acción.
En el mamífero humano, este tiempo es mayor. Además de la concepción, la cría requiere de mayor tiempo: cuidado corporal con satisfacción de sus necesidades biológicas, más la protección ante el posible peligro y por último, ayudarle a una socialización óptima que le implique: adquirir confianza, autonomía, iniciativa, laboriosidad e identidad. Estás últimas capacidades aprendidas y la complejidad de la Vida misma, hacen que los tiempos de cría sean mayores.
Ahora, culturalmente hay diversidad de estilos de crianza, unos demoran más tiempos que otros, mientras que unos tienden a dejarlos sueltos desde muy temprano y otros a protegerlos demasiado.
Encontrar el punto de equilibrio: ¿Cuándo soltar y cuándo proteger evitando soltar? Se constituye en el problema fundamental de la cría.
En la resolución de ese punto surgen las diferencias generacionales entre padres e hijos que pueden llevar a conflictos si no se solucionan oportunamente.
En los intentos de solución y en la solución misma, se dan los aprendizajes más significativos de parte y parte, aprenden tanto padres como hijos en medio de la tensión.
¿Cuándo he de proteger o cuándo he de soltar? Madres y padres, a responder la pregunta fundamental existencial.
Pregunta existencial, ni tanto que queme al santo, ni tampoco que no lo alumbre…
Buena reflexión Francisco,
Ni tanto que queme al santo, ni tampoco que no lo alumbre.. Hasta encontrar el equilibrio!
Saludos,
Así es María Victoria. Parece ser que encontrar el equilibrio sería una actitud existencial.